“Estamos en una zona urbana, entonces el efecto de una isla urbana (el concreto), puede ser importante. Otra hipótesis puede ser atmosférica: puede ser el cambio climático. Qué porcentaje puede atribuirse a cada fenómeno, es difícil de señalar. La manera de observarlo es tomar otras estaciones y ver si tienen el mismo efecto, para analizar si están teniendo esa misma tendencia”, explicó.
En los últimos años, Costa Rica ha aumentado su urbanización de forma dramática. En el año 2000 la población urbana representaba un 59%, mientras que, una década después, la proporción había aumentado a casi un 73%. Es decir, siete de cada diez personas viven en zonas urbanas.
Eso favorece la aparición del efecto de las “islas de calor urbano” que consisten en aumentos de temperaturas en las noches, debido a la acumulación de calor por el cemento y el asfalto. Eso provoca que los edificios y las calles desprendan el calor acumulado durante el día, lo que puede generar, además, mayores demandas energéticas por aumentos en el calor.
En Reino Unido, Nueva Jersey, Nueva York o Tokio (donde este fenómeno es común) se ha demostrado que los árboles en zonas urbanas reducen los impactos en la salud provenientes de las islas de calor y, así, disminuye hasta en tres grados centígrados las temperaturas.
El cambio climático también podría estar causando que las noches cálidas aumenten, pues las emisiones de gases de efecto invernadero que el mundo pone en la atmósfera tienden a causar un calentamiento global.
Cuando la energía del sol viene a la Tierra, esos gases de efecto invernadero (especialmente el dióxido de carbono, el metano y el óxido nitroso) son transparentes, entonces la energía del sol los atraviesa. Pero, cuando la superficie se calienta, comienza a emitir calor en forma de longitud de onda larga y esa queda atrapada en esos gases.
“Es como ponerle una cobija a la Tierra: entre más gruesa la cobija, más calentamiento ocurre. La contaminación que estamos poniendo en muchos lugares nos afecta, a pesar de que nuestra contribución (en Costa Rica) es pequeña relativamente”, aseveró el experto del Cigefi.
La investigación del Centro muestra que la caída en la cantidad de noches extremadamente frías no quiere decir que no existieran noches muy frías, sino que estas son cada vez menos comunes.
“No estamos diciendo que fuera mentira que la gente estaba sintiendo frío. Lo que estamos señalando es que esos son eventos aislados. No es que están ocurriendo más y, entonces, por eso, el cambio climático desapareció”, comentó Hidalgo.
La temperatura más baja registrada en el Cigefi entre noviembre de 2017 y febrero de 2018 fue de 12.7°C, y se reportó a las 4:30 a.m. del 28 de febrero.
Con respecto a las temperaturas durante el día, el Cigefi afirmó no haber encontrado tendencias estadísticas significativas. Participaron los investigadores Hugo Hidalgo, Alberto Salazar y Rubén Madrigal en este análisis